lunes, 11 de agosto de 2014

Supernova

Miraba la luna el niño medio hombre,
en ella cerraba los ojos y dormía
y encontraba allí la nana
que en su cama ya no tenía,
la que nadie le cantaba.

El niño medio hombre entraba sin salir,
salía mientras entraba y llevaba en el llavero
el miedo a que volviese entonces
la mano cálida que tanto lo quiso
y no lo encontrase a él, 

sucio de indiferencia,
enfadado con las estaciones del año,
con las nanas olvidadas
y el sueño en forma de supernova.

Fueron manos solas y torpes las suyas
el día que el verano tuvo prisa en irse,
con silencio altivo, mirada ausente y triste 
por un mundo lleno de puertas cerradas
que yo ahora abro.

Era él, una habitación llena de recuerdos,
una pesadilla real, 
un beso mal apartado del cariño sin adiós, 
una espera constantemente desesperada,
la espalda pequeña y flaca del desconsuelo,

los cristales de unas gafas que no quieren ver,
un dedo pulgar flexible capaz de girar el mundo,
era él, una imaginación encadenada a las siestas sin sueño,
la curva de mi signo de interrogación,
el punto y final de la exclamación
del ruido que ella se llevó.

Un desencanto medio hombre
y menos niño ya,
que empezó a romper espejos con la risa
y cansado de sonarse la pena con las mangas
dejó de buscarse en su reflejo
para mirarse en el mío.

Vista de mi camino al pasado,
abrazo en tabla dura y beso inerte,
huella más profunda de mis pies,
victoria de tu nombre,
lágrima más salada, tragada,
por esta boca que ya no sabe cómo hablar,
sin callarse.

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