martes, 30 de septiembre de 2014

Niño perdido

Sin que sepas quien te habla,
a ti, niño perdido,
desde esta habitación acorchada y blanca,
tan parecida a tu garganta
pero sin voz

voy enladrillando puertas y ventanas
por miedo a que un ápice
de tu luz gris me toque,
¡Y que no me toque ya!
Ya no más.

Que esta habitación sólo es blanca
cuando yo quiero darle luz.
Que es aquí donde encierro
tu mala letanía y la alimento de oscuridad.

Y lo hago para que no muera
lo poco que me llevé de ti.
Y es que ya no quiero más.
No me hace falta más.
Me mataría un poco más, pero de ti.

No fuiste tú quien le dio música
a las ruedas de mi maleta,
llena de tu indiferencia,
ni fuiste tú quien entendió
mi libertad haciéndote señales
con el humo del tren de las cuatro y cuarto.

No fue tu mano dura la que limpió en la estación
mis zapatos sucios de rencor,
ni fue tu piedad la que cuidó
de la poca felicidad que te confié.

Fue tu alienada dictadura
la que firmó mi sentencia
el día que mi madre cambió su nombre por libertad
y fui yo quien empezó a hacerte
con la frente sombra en los pies.

Yo, quien abrió los brazos
y se interpuso entre tú y los cañones
cargados de justicia
del pueblo que se te sublevó.

Pero ahora eres tú el reo
de tu propia falta de compasión,
ya no eres ni serás amo ni señor,
ya no tienes voz, ni mandato ni legión.

Es ahora tu ejército venido a bien
el que pasea el cuerpo muerto de mi pasado,
arropado con flores de paz
por las calles de tu pueblo.

Y allá van mis hombres de luz
limpiando la guerra,
llevándome lejos, aquí

a esta habitación acorchada y blanca,
lejos del grito de tus partituras,
lejos de tu puño ajado
golpeando los cimientos de mi calma.

Lejos, donde no me arrastren ya
las corrientes de tus ríos secos.
Lejos, donde el viento peine
las marañas de la fuerza de tus dedos.

Lejos, a la altura a la que ahora vuelo,
que ahora soy bandera de la libertad,
ahora ondeo,
aunque mi asta este clavada
en la tierra negra de tu cementerio.

Ahora soy perro bueno
que no ladra y muerde,
la pancarta en medio de tus manifestaciones,
el sueño que adula a tus infieles difuntos,
el verde de la rebeldía que azotabas.

Ahora, niño perdido,
desde esta habitación acorchada y blanca,
tan parecida a tu muda garganta,
donde tu luz gris ya no me toca,
soy yo el que habla.


miércoles, 24 de septiembre de 2014

Globo azul

Él amasaba las nubes con las manos
dando forma a lo que ella pensaba,
arqueaba el pecho y era flecha vivaz
que destrozaba en pedazos el sol
cuando ella quería besar a oscuras.

Ella hizo de la puerta de su casa un santuario,
donde idolatraba, olía y besaba las manos
que a él habían abrazado en cada despedida
a la hora en que los relojes no dejaban correr su arena
y las calles bostezaban.

Él componía canciones de amor
con el ruido de los despertadores de unos vecinos
que no eran los suyos
y con los brazos en triunfo e incendiados
traía el nuevo día a una calle de la que se sentía rey.

Ella pactaba un silencio sepulcral
con las escaleras que la llevaban de nuevo
a un sueño que centrifugaba,
dejando en la entrada los tacones y las ganas
de algo que no fueran encontrarlo otra vez a él.

Él difuminaba a punto de acuarela
madrugadas y amaneceres con la boca,
descongelaba el termómetro con las manos
y pestañeaba formando un vals
al ritmo que ella inflaba el vientre respirando.

Ella salvaba el mundo poniendo los pies en la tierra,
cortando de sus alas un globo azul
por cada beso que no daba
y que volaba dando color a la felicidad
que él llevaba dibujada en la muñeca.

Él se olvidaba de soñar cuando cerraba los ojos
y decía que soñar era su sueño,
que soñaba que sus días con sus noches
eran lo que ella soñaba,
y por eso soñaba con ella.