miércoles, 2 de abril de 2014

En abril, besos mil

Para no echar en falta, lo que hago es coleccionar olores. 
Dejo de lavar las camisas de los abrazos de fuerza, no duermo sobre almohadas que cuenten las mejores historias nocturnas que jamás se hayan soñado.

Para no echar en falta, intento no borrar las huellas agrietadas
 de unos labios que en algún momento chocaron 
en el carril curvo de mis vértebras.

Me convierto en el más arraigado de los ermitaños 
que se encierra en su agujero, 
que no es ni más ni menos que el que se esconde 
debajo de la montaña de tu ropa tirada por mi cuarto.

Para no echar en falta, le propongo una traslocación indecente
 a los días de la semana, emparento domingos y lunes,
 drogo a martes y a miércoles, 
hago orgías sexuales con el jueves y el viernes, 
y al sábado lo mando a comprar tabaco, por eso de que no vuelva.

Busco el vendaval más cálido tras el cual quedarme dormido, 
o como mínimo, donde hacer que los abanicos oculares de arriba
 puedan besar irónicamente a los de abajo, 
sin acercarse mucho, no vaya a ser que no te vean venir, si vienes.

Para no echar en falta, convierto cada uno de mis recovecos
 en la pista para descubrir al autor de un crimen de vida perfecto, 
uso cada ventana para echar fuera la luz de adentro 
y sacar medio cuerpo para gritarle al mundo tu locura, 
que tus crímenes en  lugar de matar, dan vida.

Que eres el depredador más voraz que existe, 
que cada zarpazo en mis costillas es un orgasmo para gemir, 
que muerdes camuflando besos 
y cada vez que te vuelves vulnerable a mi rigidez 
yo renuncio a eso de aprovechar y derrocar tu fuerza 
y que a pesar de intercambiar los papeles, 
perdonarte la vida me da a mí la mía.


Para no echar en falta, lo que hago es sembrarte 
en todos los jardines por los que paseo, 
estamparte en cada uno de los espejos en los que me miro. 
Lo que hago, es quererte de más, porque es, permíteme que te diga,
lo único que sé hacer.


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